Y abiertamente entregué mi corazón a la tierra grave y generosa y frecuentemente en la noche sagrada juré amarla fielmente hasta la muerte, sin miedo y con su pesada carga de fatalidad y no despreciar ninguno de sus enigmas. Así me ate a ella con un lazo mortal
Hölderlin - La muerte de Empédocles.
Pletórica y vital, agotada a veces, árida en algún lugar, frígida y cálida a la vez, rígida o lábil, sólida o fluida; volátil y tornadiza siempre; es sorprendente e insondable; en ella se encuentran todos los bienes y todos los males; todas las virtudes y todos los defectos, excesos y carencias.
Es única e idéntica a sí misma y además irrepetible; alberga en si materia inerte y energía; inteligencia, memoria, imaginación y voluntad; en ella está el amor, el cansancio, la furia y la tranquilidad.
Sabe todo aquello que alcanzamos a percibir, sentir, creer o pensar y también sabe todo aquello que ignoramos y que no se encuentra al alcance de nuestra sensibilidad, percepción, imaginación o entendimiento. Lo sabe porque todo ello está en ella misma, bulle y surge incesante de sus incansables entrañas, aflora a la superficie en cuyos pliegues maternalmente nos acoge. .
Algo de lo que muestra alcanzamos a percibir e intentamos entender y explicar reduciendo la inmensidad de ese algo a los estrechos límites del orden que nos resulta inteligible; al orden racional cuyas fronteras ciertamente no podemos traspasar.
¿Cómo es la memoria, inteligencia, imaginación, voluntad o sensación que motiva el brío de los caballos, la agilidad de los tigres, la digestión de los elefantes?, ¿Cómo sienten, desean, aman?, ¿Qué esperan?, ¿Por qué la tristeza del delfín?,¿Por qué las abejas en las colmenas, el vuelo de las moscas y la lentitud de los gusanos?, ¿Qué impulsa la fertilidad o exuberancia de las plantas?, ¿Como es la pasión, el deseo, el amor, la energía que las impulsa a la vida?.
Nada de ello se deja reducir a los estrechos límites del sentido de orden circunscrito a lo que es entendible y explicable. Sin embargo nada de ello es ajeno a nuestra experiencia, percepción, sensibilidad, imaginación, acción y reacción.
La vida.
La vida, la procreación, la fructificación, la germinación y su multiplicidad, son un misterio. La humanidad y cada uno de los individuos humanos, tanto como los animales y las plantas participamos de esa misteriosa gracia en la necesariamente reducida medida que nos toca.
El acontecimiento primordial para el individuo, la comunidad, la colectividad, la cultura o la civilización es la gestación, el nacimiento y la vida que se recrea en la feliz interioridad que abriga el vientre de la mujer; es un misterioso acontecimiento que anuncia el infeliz acabamiento, el decaimiento y la muerte ulterior a cuya explicación o entendimiento vanamente acude la razón.
¿Cómo es posible la gestación, el nacimiento y la vida?, ¿Qué hace la mujer para conjugar en el interior de si misma cuerpo y mente, inteligencia y sensibilidad, emoción y voluntad para crear vida?. La mujer lo sabe desde siempre, lo hace naturalmente; no necesita reflexión o explicación que la conduzca al entendimiento o revelación del misterioso acontecimiento que se da en si misma, y no lo necesita porque lo siente y lo vive; crear vida es propio de la sensibilidad femenina.
Los varones de todos los tiempos, de todas las épocas, de todas las culturas o civilizaciones contemplamos perplejos, asombrados, sorprendidos, temerosos y expectantes la gestación del ser en el vientre de la mujer; contemplamos los sucesivos cambios corporales y psicológico que la acompañan; no podemos dejar de tomar nota de la determinación, el valor, de la entrega, la conjunción en fin de todas energías corporales, mentales, emocionales e intelectuales que congregan el crecimiento y la finalmente creación de un nuevo ser humano que podemos contemplar cuando con toda exactitud la mujer da a luz y lo entrega a la luz del mundo cuando sale de su vientre.
La inteligencia.
La inteligencia analítica que nos está dada, nos permite percibir la sucesión de los acontecimientos, las relaciones causales entre unos y otros, así como las relaciones estructurales entre sus partes o elementos, pero solo en cuanto la percepción nos trae noticias de ellos. La filosofía, la matemática, la ciencia y la tecnología son resultado alcanzado como consecuencia del ejercicio analítico.
La inteligencia sintética nos permite concebir la unidad de lo que sucesiva y parcialmente percibimos y nos conduce a conjuntar lo que el análisis disgrega y, además, abre paso a la contemplación, da aliento a la imaginación, al deseo, y a la pasión que mueven a la acción. La moral, la jurisprudencia y el arte son resultado de la comprensión que hace posible la inteligencia sintética.
Analíticamente considerada, la humanidad, que vive y se multiplica sobre la superficie terráquea, a está constituida por el conjunto de todos los individuos humanos; es posible su crecimiento y multiplicación porque está conformada por dos clases distintas y complementarias, claramente diferenciadas: la de los varones que pertenecen al género masculino y la de las mujeres que pertenecen al género femenino.
La primera clase tiene la capacidad de engendrar y la segunda la capacidad de concebir. La reproducción y por consiguiente continuidad de la vida humana resulta de la conjunción sintética -activa y apasionada- de lo masculino y femenino que, es claro, trasciende lo exclusivamente humano.
(Es cierto que no todos los varones engendran ni todas las mujeres conciben, sin embargo, no por eso dejan de pertenecer al género masculino o femenino; no están en condiciones de hacerlo los infantes y tampoco los ancianos uno por su incompleto desarrollo sexual, los otros por el decaimiento de sus capacidades vitales; similar consideración cabe hacer respecto a quienes se encuentran afectados de alguna limitación o incapacidad biológica y, por otra parte, ocioso es decir, que la procreación en cada caso singular depende del ejercicio de la voluntad o decisión de optar por recrear la vida nuevamente o no. Todo ello guarda relación con el desarrollo de la sexualidad que concierne a cada uno de los individuos humanos y se encuentra condicionado por factores o circunstancias biológicas, comunitarias y colectivas).
Sin embargo la condición, calidad o propiedad femenina o masculina no solamente pertenece a las mujeres y a los varones sino también a las hembras y machos de todas las especies animales, entonces deben haber algunas propiedades, condiciones y propiedades comunes que definen la feminidad y masculinidad propia de los animales, una de cuyas clases está conformada por los humanos.
Cabría pensar que la feminidad y masculinidad concierne también a los vegetales, sin embargo tal consideración no resultaría sustentable porque encontrándose los vegetales insertados en la tierra en cuyo interior germinan y de cuyo interior toman los alimentos, resulta entonces que su brote depende de la fertilidad de la tierra y su desarrollo de las condiciones externas que se encuentran determinadas por la luz y el calor cuya fuente es el sol. Resulta entonces que los procesos y funciones reproductivas masculinas o femeninas no están diferenciados. Los vegetales no engendran ni conciben; germinan, brotan, salen del interior de la tierra al calor y luz del sol.
La vida -vegetal, animal o humana- depende en última instancia de la conjunción de la fertilidad de la tierra y del calor del sol. La Mama Pacha, la madre tierra, y el padre Inti, el dios solar. Esto es así independientemente de la consideración mítica, religiosa, teórica o científica a que se adhiera, profese o sustente respecto al origen de la vida o el destino final asignado al individuo, a la comunidad, colectividad, humanidad toda o a la vida misma.
La maternidad es un acontecimiento en el cuerpo de la mujer, un proceso interior, secreto, misterioso que es posible gracias al amor, gracias a una especie de amor que solo está al alcance de la mujer; un amor que fructifica en su vientre, una forma del amor íntimo, corporal, terráqueo, sanguíneo que los hombres no alcanzamos a comprender ni entender y solamente podemos contemplar.
La paternidad, en cambio, es un concepto que se da en la mente de los varones, lo cual implica un ejercicio intelectual y una determinación de voluntad que se manifiesta como una declaración de responsabilidad; el amor paterno es posterior, es amor a lo creado, empieza allí. El amor masculino consiste en edificar sobre lo creado por la mujer, sobre la creación primordial.
Si hubiere una vitalidad femenina portadora de la fertilidad tal calidad, condición o propiedad pertenecería a todas las mujeres, entonces habría una vitalidad masculina cuya calidad, condición o propiedad consistiría en la capacidad de engendrar que pertenecería a todos los varones.
Ambas empezarían su existencia terrenal con el nacimiento y terminarían con la muerte, también terrenal. No indagaremos ahora sobre la supervivencia o destino final del alma humana después de la muerte.
La razón.
El reino de la razón es muy amplio, acogedor, extenso y muy seguro. Es un reino que no tiene fin, es infinito, como la sucesión de los números naturales, porque así como siempre es posible agregar un numero más en la cuenta de los números, siempre cabe una razón más sobre las anteriores, y por eso el reino de la razón es muy extenso.
Es muy seguro porque constituye un mundo ordenado en el cual no cabe el desorden y por consiguiente sus fronteras terminan donde termina lo que puede ser ordenado; es entonces un mundo limitado, tanto como el que acoge al conjunto de los números, pues ninguno de ellos admite el desorden, aunque hay muchas maneras de ordenar los números y de ordenar las razones.
En ese acogedor ámbito tienen lugar todas las certezas imaginables y también todas las dudas que esas certezas suscitan, motivo por el cual en los amplios dominios de la razón establecen sus moradas creyentes, dogmáticos, escépticos o críticos de todo tipo; la verdad y la falsedad, que son tantas y de tantas clases, encuentran en los límites racionales un amplio campo para el desarrollo de las contiendas que, entre otros, libran empiristas, racionalistas y formalistas; y la validez de los conceptos de justicia e injusticia reclaman un lugar allí tanto como los conceptos de arte y belleza.
Lo cierto es que hay un orden en la sucesión de los acontecimientos que percibimos. Esto induce a pensar que es posible conocer las leyes que rigen ese orden (tal es la creencia de Newton al explicar las leyes de la mecánica celeste), o que es posible conocer las leyes que rigen la facultad de razonar que regulan percepción del orden que alcanzamos a entender. (eso último es lo sustentado por Kant).
La razón es un artificio elaborado cuidadosamente a través delos siglos, desde Sócrates, cuyo declarado propósito es realizar un control de la validez de lo que se cree cierto, se afirma verdadero, se estima bueno o justo o se declara bello. Es, conforme a la prescripción kantiana, el supremo tribunal ante el cual deben rendir cuenta y encontrar justificación pensamiento y voluntad, acto y obra.
Siendo así, y así es, la razón se erige entonces como un formidable instrumento para el ejercicio de poder sustentado en la autoridad que la razón consagra, autoritario por consiguiente y ordenado sobre lo previsible. La filosofía, la ciencia, la jurisprudencia y la tecnología son obra de la razón y sobre ellas está construido el mundo occidental, moderno, dominante y actual.
No son esas las únicas virtudes de la razón. La razón es también un mecanismo cuyo uso sirve para salvar la angustia que ocasiona lo imprevisible, ignoto, ininteligible o incomprensible que la razón niega, teme, enérgicamente recusa, y por último expulsa del ámbito de su competencia, condenándolas al exilio.
Y así, están exiliadas del reino de la razón: La vida, la felicidad, la sensibilidad, el instinto, el amor, la creación, la procreación; porque son todas ellas irracionales, ninguna de ellas discurre por los estrechos causes de la razón; y todas se alimentan de una fuente distinta a la fuente de la cuál se alimenta la razón.
La respuesta masculina frente a los enigmas que plantea al intelecto, el entendimiento de la sensibilidad femenina. El ser masculino, definido por la capacidad de engendrar, acude al mito, a la razón o al arte para suplir la esencial carencia que pone en evidencia la contemplación de la fertilidad propia del ser femenino, definido por la capacidad de concebir, crear y entregar un nuevo ser distinto a cualquier otro.
El Dios masculino creador del Universo y la mujer virgen madre de Dios suplen la carencia masculina y alientan al filósofo, al científico o artista a concebir y crear sobre lo creado la obra imaginaria, producto de la mente, el intelecto o la razón.
La cultura occidental o la civilización occidental -como les gusta denominar a los europeos a su forma de confrontar el tránsito en la tierra-, es misógina; niega lo femenino y al hacerlo niega la vida. Es ciertamente la cultura de la luz y de la claridad, que por eso mismo recusa la obscuridad, la sensibilidad, el instinto, el sueño, la pasión, los sentimientos. La ciencia y la filosofía persiguen alcanzar el conocimiento y conocer es echar luz; alumbrar aquello que está escondido que, para ser conocido, debe ser descubierto, descubierto para hacerse inteligible.
Es una cultura diurna, solar, temerosa de la noche y de la nocturnidad. Es la cultura de la razón, el entendimiento y el orden. El caos horroriza, lo ininteligible espanta, lo irracional es recusable. La religión, la filosofía, la ciencia, la jurisprudencia y la tecnología pertenecen a la vigilia y se ubican bajo el dominio de la voluntad.
Y en contra de toda evidencia, para la cultura judeo-cristiana-greco-romana-musulmana, la creación es obra de la voluntad, obra de un Dios masculino que la saca de la nada o que la saca del caos que la suprema inteligencia bondadosamente ordena tornándola inteligible para la ínfima razón.
Esta percepción o creencia es asumida tanto por los creyentes como por los ateos, pues la reflexión de estos últimos, gira en torno a la bondad, a la nada o al caos primigenio a la luz de la razón que prescindiendo de Dios encuentra en si misma el orden en que la razón consiste.
La creación sería entonces obra de la voluntad e inteligencia que, en cualquier caso, la razón encuentra o alcanza a entender o comprender.
Sin embargo los procesos creativos primordiales no pertenecen al mundo de la luz sino al de la oscuridad, no son obra de la razón o de la voluntad, sino del amor y de la sensibilidad; maduran en el sueño, no en la vigilia.
Los procesos creativos vitales conjugan en su integridad todas las capacidades y potencialidad terráqueas; la reproducción de plantas, animales o seres humanos son siempre interiores, ocultos y completos; por eso mismo no admiten explicación, pues toda explicación implica la reducción de lo creado a los limites del ejercicio intelectual o racional; facultades o capacidades que son ciertamente solamente una parte de lo creado; tampoco admiten descubrimiento; los procesos creativos germinan en la interioridad de la tierra y en la fertilidad de los vientres.
La fertilidad es terráquea, corporal, sensorial, cálida, femenina.