LA CREACION Y LA OBRA JURIDICA
(Estética Jurídica)
Cesar Edmundo
Manrique Zegarra
F. Nietzcshe
Podría
definirse la estética jurídica como un ejercicio vital emprendido con el
propósito de alcanzar la comprensión estética de las relaciones humanas o de
alcanzar la comprensión de las relaciones humanas a la luz de los criterios de
justicia; cabe entender que esas tres expresiones: “estética
jurídica”, “comprensión estética de las relaciones humanas” o “comprensión de
las relaciones humanas a la luz de los criterios de justicia” aluden a lo
mismo, significan lo mismo y por consiguiente son intercambiables en el
discurso. Todas ellas se refieren al sentido de la estética jurídica (la
jurisprudencia) pues se trataría de identificar en algún caso o en algún
conjunto de casos el orden o composición de las relaciones humanas en ellos
concernidas y su estimación con referencia al criterio de justicia, (la estética artística trataría sobre
la composición de los elementos de la materia natural teniendo como referencia
el sentido de lo bello).
Ese es solamente un aspecto a considerar, pues ese mismo entendimiento respecto a lo justo (y de lo bello), cabe pensar que el ejercicio jurídico estético práctico (el arte jurídico), necesario complemento de la comprensión estética jurídica teórica, sería una manera de percibir, examinar, actuar, modelar, crear, explicar, juzgar, etc., las relaciones humanas teniendo como parámetro la condición que las torna justas; en ese amplio concierto la obra jurídica alcanzada como resultado de la acción jurídica consistiría entonces en esas mismas relaciones humanas ajustadas o modeladas ahora de acuerdo a los criterios de justicia, precisamente gracias al ejercicio jurídico estético.
Ese es solamente un aspecto a considerar, pues ese mismo entendimiento respecto a lo justo (y de lo bello), cabe pensar que el ejercicio jurídico estético práctico (el arte jurídico), necesario complemento de la comprensión estética jurídica teórica, sería una manera de percibir, examinar, actuar, modelar, crear, explicar, juzgar, etc., las relaciones humanas teniendo como parámetro la condición que las torna justas; en ese amplio concierto la obra jurídica alcanzada como resultado de la acción jurídica consistiría entonces en esas mismas relaciones humanas ajustadas o modeladas ahora de acuerdo a los criterios de justicia, precisamente gracias al ejercicio jurídico estético.
Este modo
de ver las cosas no es extraordinario ni excepcional sino más bien la
percepción ordinaria de aquello que forma parte de la ocurrencia cotidiana en
el suceder los días en todos los lugares. La comprensión jurídica estética de
las relaciones humanas a la luz de los criterios de justicia es la manera como común
y ordinariamente son estimadas las conductas individuales o colectivas acá o
allá, ahora y antes; común y ordinariamente también, gracias a la actividad
jurídica, las relaciones humanas se adecuan, reajustan o modelan de acuerdo a
los criterios de justicia y en ese tránsito o si se prefiere, en esa
transformación, se crea la obra jurídica, estimada entonces como sistema o
orden de relaciones humanas que integra en ellas mismas algún sentido de
justicia que por esa razón merecen ser juzgada no solamente como un conjunto de
relaciones humanas sometida a las leyes del orden natural, sino como un orden justo de relaciones humanas,
es decir, como obra del arte jurídico. Es así en efecto como se evalúan y
juzgan las decisiones individuales, los convenios, acuerdos o contratos
acordados para ajustar las relaciones humanas sean inter individuales o
colectivas, y es así también cómo se evalúan los actos realizados en pos de
cumplimiento de lo acordado o los in ejecutados u omitidos, y, por último, y esto no es poco interesante,
así también, estimando su calidad de resultado del arte jurídico, es decir,
como obra jurídica, se evalúan o juzgan
las decisiones de la autoridad pública, las decisiones, los mandatos, leyes, resoluciones,
reglamentos o sentencias, etc.., pero no se juzgan ni interesan por su perfección formal, es decir literaria,
sino por la forma de las relaciones humanas que ellas figuran y describen a las
cuales probablemente se adecuen los actos y conductas de sus destinatarios, con
lo cual se mostrará la viabilidad, calidad, condición de la obra proyectada,
pues, en efecto, los acuerdos privados o los mandatos de autoridad, leyes, resoluciones,
contratos, convenios, sentencias etc., son solo y únicamente proyectos de
acción a medio camino entre la imaginación y la experiencia que en última
instancia se condensan en la obra jurídica.
En lo
precedente se ha hecho mención de manera muy vaga a cuatro conceptos aludidos
por las expresiones “estética jurídica”,
“estética jurídica teórica o jurisprudencia”, “estética jurídica práctica o arte
jurídico” y “obra jurídica”,
todas esas expresiones tienen como término de referencia el quinto concepto, el
más interesante de todos al cual por consiguiente habría que prestar atención
preferente, es el concepto mencionado por el vocablo “justicia” cuyo entendimiento desde una perspectiva estética solo sería
posible si se toma como término de comparación
el vocablo “belleza” que menciona un
concepto de similar magnitud. Y, en ese acuerdo, si se entendiere, como es
común por otra parte, que la creencia en la belleza constituye el criterio
valorativo que sirve para evaluar las obras del arte bello, (cuando se habla de
la estética artística), correlativamente ha de entenderse en el otro extremo que
el criterio adecuado para aquilatar el valor de las obras del arte jurídico es
la creencia en la justicia. Abona en pro de este proceder el hecho cierto de que
en todo caso siempre ocurre que las obras del arte bello o del arte justo
muestran en sí mismas aquello que alcanzan a capturar de lo bello o justo en la
disposición de los elementos naturales o en las relaciones humanas; y cuando así lo hacen, si lo hacen en grado
sumo, entonces provocan espontanea o entusiasta admiración, sirven de ejemplo o
inspiración e incitan a la réplica, copia o repetición y, por esa razón, justificadas
por ese propósito, en torno a ellas retoñan, fructifican o parasitan escuelas y
doctrinas artísticas o jurídicas que predican nuevas maneras de ver las cosas,
de escoger opciones, de actuar y crear; en ese empeño alcanzan brillo y
florecen por un tiempo para marchitarse abandonadas cuando nueva savia produce
nuevas obras. Ese es ciertamente el aciago destino común señalado a la creación
jurídica o artística, destino que no desmerece el alto lugar que cabe a la obra
terminada en el taller, en el magnífico museo, en la memoria del historiador o
en la biblioteca del erudito de los cuales retornarán cuando la moda las traiga
de regreso librándolas momentáneamente del olvido.
Dejemos
por un momento la obra y retornemos a la consideración de la estética jurídica que
es motivo de nuestro desvelo e intentemos una estimación de los extremos que
comprendería, ámbitos u objetos que acogería en sí misma como tema o materia
propia. Si hubiere acuerdo respecto a lo anteriormente dicho sobre el asunto
cabe pensar que la estética jurídica o la comprensión estética de las
relaciones humanas, que como está dicho aluden y significan lo mismo, exigiría prestar
atención al menos a los siguientes aspectos: i) la comprensión (teórica) de la
singularidad y diversidad de las relaciones humanas de lo cual se ocuparía la Jurisprudencia
ii) el ejercicio jurídico (práctico) a fin de reajustarlas o modelar las relaciones
humanas, el cual se expresa a través de la acción jurídica creadora, tal sería el
cometido del arte jurídico, iii) la contemplación (crítica) de la obra creada
que provoca admiración, suspenso, obediencia o rebeldía, que daría sustenta al florecimiento
de la escuela jurídica o propiciaría el establecimiento de una política jurídica,
iv) el desarrollo de la capacidad
(tecnológica) de reproducirla y conservar la obra creada y edificar la
construcción del orden jurídico mediante la creación de normas e instituciones más
o menos estables cuyo orden sistemático y consistencia se ocuparía el derecho, y
v) todo ello, en todos los casos, la
asunción de algún (criterio) de justicia que haga luz, oriente y alimente la
creencia en lo que es justo, en torno a lo cual giraría la reflexión filosófica
estética jurídica.
Por último,
para completar el esquema -sin lo cual el discurso tal vez no sería inteligible-
cabría agregar que la comprensión jurídica
estética en los términos que fijan lo descrito precedentemente solo sería posible si se admitiere que la capacidad de
percibir, apreciar o alcanzar a comprender lo bello, justo o verdadero en los
acontecimientos naturales o sucesos u obras humanos es anterior a todo
ejercicio teórico o práctico artístico, jurídico o científico; solo sería
posible si se admitiere que la capacidad de apreciar lo bello, justo o
verdadero es innata, por consiguiente perteneciente a todos los hombres,
anterior a toda experiencia, esto es decir que es una capacidad a priori, acogiendo términos kantianos.
Ese mismo sería el fundamento que asegura la universalidad de la experiencia jurídica estética,
pues entendida de esa manera la posibilidad de acceder a tal experiencia estaría
al alcance de todos los hombres, no importa el lugar, el tiempo o el momento
sino el instante en que la comprensión y la acción se conjugan para crear la
obra justa que promueve admiración e inspira abriendo a la imaginación otros
horizontes, señalando nuevos caminos a la acción y levantando las compuertas al
torrente de la vida al renovar el orden de las relaciones humanas. Esto ocurre
siempre así, nunca ha dejado de ocurrir porque el renovarse sin cesar es propio
de la condición humana cuya materia es lábil.
Los criterios de justicia, -como
los de belleza, bien o verdad-, varían de acuerdo a la perspectiva asumida por
quienes los predican y tales perspectivas cambian, incesantemente se renuevan y
feliz o caprichosamente retornan desde allá y conviven aquí unas con otras
indistintamente, y así desde los panoramas que despliegan enseñan a comprender,
contemplar, observar, explicar, experimentar, crear, laborar, producir, proceder,
criticar, juzgar, replicar, reproducir y
en fin actuar siempre sobre lo mismo, es decir, sobre aquello que alcanzamos a
percibir, pero desde puntos de vista tan
diversos como los que determinan las creencias lógicas, teológicas, históricas,
psicológicas, gnoseológicas, materialistas, idealistas, racionalistas,
empiristas, formalistas, lingüísticas, sociológicas, retóricas, etc. etc. etc.,
que, como no puede ser de otra manera,
ofrecen múltiples y diversas consideraciones,
todas ellas formidables, respecto a lo
que se estima justo, bello, bueno o verdadero sobre lo cual no hay, ni puede
haber, acuerdo universal. La gratuita diversidad de perspectivas y panoramas abiertos
permanentemente a los ojos no deberían dejar lugar a que la estrechez encierre
la mente; y la inmensa variedad e inacabable y desbordante riqueza que de ellas
emana que con liberalidad está a disposición de todos, debe alejar todo asomo
de avaricia, todo intento de ahorro de tiempo o energía.
Pero…, entonces: ¿Cuál es el punto
de vista de entre todos aquellos que se ofrecen el que abre a la mirada la más
amplia perspectiva?, ¿Cuál de todos los panoramas que nos es dado contemplar es
el adecuado para acoger nuestros propósitos?, ¿Cómo trazar los caminos y
procedimientos?, ¿Cuál orden asignar a la sucesión de los actos? ¿En cuál lugar
erigir la construcción, con cuales materiales?, ¿Cuál de las técnicas a
disposición escoger? , ¿En qué lugar
colocar la primera piedra?, ¿Cuándo?. Todos en todo momento y lugar. No cabe
negar ninguno. Si estimamos que para levantar la edificación o ejecutar la obra
(individual, colectiva, comunitaria) ha de ser primero imaginada, entonces
todas las perspectivas son válidas porque todas alimentan la imaginación,
ninguna desdeñable; si ha de ser juzgada,
todos los puntos de vista estimables, porque ninguno ha de empobrecerla; si la
materia ha de ser modelada, todos los materiales son utilizables y ninguno
desechable; y todas las técnicas, métodos y procedimientos admisibles para dar
forma a lo informe… así será inmensa diversidad de la construcción y la obra
imaginada, pensada y ejecutada sin cesar en todo momento y en todo lugar.
Al acometer la ineludible empresa
tal vez sea atinado recordar los preceptos asentados por Leonardo en su Tratado
sobre la Pintura escrito para orientar a los jóvenes principiantes en el aprendizaje de los elementos del oficio
y previo al emprendimiento de la obra; Leonardo aconseja la aplicación del
estudiante al desarrollo de un conjunto de ejercicios que deben habilitarlo en
primer lugar para saber escoger la perspectiva adecuada a sus proyectos o propósitos,
para proceder luego a una cuidadosa
escogencia de los materiales a modelar lo cual requiere el dominio elemental de
la técnica propia del oficio, a partir
de allí antes de poner manos a la obra, debe saber calcular cuidadosamente la
distancia entre el hombre y la cosa representada, entre el hombre y el otro hombre
cuyo halito pretende capturar, entonces ha de graduarse la intensidad de las
luces que resaltan los aspectos que requieren resaltarse que son las mismas luces
que ocultan o obscurecen los otros, y
hacer todo ello una y muchas veces, porque “La
mente del Pintor debe continuamente mudarse á tantos discursos, cuantas son las
figuras de los objetos notables que se le ponen delante; y en cada una de ellas
debe detenerse á estudiarlas, y formar las reglas que le parezca, considerando
el lugar, las circunstancias, las sombras y las luces”.
La
creación de la obra jurídica que compromete a todos los individuos, colectividades
y comunidades, no ha de seguir una ruta distinta ni requiere otros preceptos; las bondades de los trabajos realizados solo
podrá juzgarse al evaluar la obra creada.
El
hombre no es la medida de todas las cosas (Protágoras asegura que sí) sino
únicamente de aquellas pocas cuyo número
es ínfimo que se dejan reducir a los estrechos límites de la comprensión humana, Y respecto a las cuales para alcanzar su entendimiento y no perdernos, hemos creado (inventamos, dice
Nietzsche) y utilizamos como medida los criterios de verdad, belleza, amor,
bien, justicia que asientan parámetros que sirven para evaluar –correcta o
incorrectamente- aquello que en la obscuridad clarifica el intelecto, incita la
imaginación, educa el sentimiento, alimenta
los sentidos u ordena las relaciones humanas fortaleciendo entonces las
capacidades vitales, favoreciendo el desarrollo de las facultades y habilidades necesarias y útiles en el curso
del proceso de construcción de la obra individual, común o colectiva, empeño en el cual, por otra parte, no podemos
dejar de embarcarnos seguramente porque así lo exige nuestra condición vital ciertamente
pletórica, pero efímera y perecedera, sin embargo, no siempre es posible
hacerlo, no siempre es posible construir la obra, porque desde el otro extremo tenaz
empuja el vano afán de eternidad, el terror a lo desconocido, el miedo al
acabamiento, el tedio o el asco y
alienta entonces la ignorancia que obscurece el intelecto (Platón dice que la
mayor ignorancia consiste en creer que se sabe lo que no se sabe), la fealdad
que opaca la imaginación, el odio que marchita el sentimiento, el mal que
enferma los sentidos, la injusticia que entorpece y en fin todo aquello que careciendo de
medida lleva en si los gérmenes de la destrucción, debilitamiento y corrupción
de los procesos de construcción de la obra individual, común o colectiva. Y, si
bien el hombre no es la medida de todas las cosas ni está a su alcance la
capacidad de medirlas a todas ellas, sino únicamente aquellas que sirven para
la edificación de la construcción colectiva o para la ejecución de la obra
individual, no es pequeño sino grande el universo que tiene a su disposición,
aunque, como es claro, su amplitud o estrechez depende de la magnitud de la edificación
y obra, que constituyen la medida que sirve de justo
parámetro para evaluar la vida de todos y cada uno de los hombres, comunidades
o colectividades.
Si
tal fuere el caso, si la obra fuere la medida del hombre, entonces para conocer
al hombre habría que prestar atención a la obra que nos conduciría como el hilo
que lleva a la madeja a saber la perspectiva, el punto de vista, los alcances,
el interés, la materia, medida, parámetro, técnica, procedimiento, actos, etc,
y en fin cómo es el hombre que laboró, modelo, transformo, se enfrento y de
cara a la cosa hizo la obra. Y ese sería el ejercicio primordial y en ello
mismo consistiría el estudio y comprensión estética del hombre, la comprensión del mundo construido por el
hombre, la comprensión de la obra de todos y cada uno de los hombres.
En
cuanto a la ignorancia, la fealdad, el odio, el mal o la injusticia, solo cabe
decir que son inmensos, inmensurables como lo son la soberbia, el miedo el
terror, el tedio y el asco, y carecen de medida porque de ellos no se siguen
consecuencias ni se alcanzan resultados y menos aún obras, pues solamente
producen efectos destructivos o deleznable, tal vez cuantificables, pero nada
más.
Las
relaciones humanas ciertamente son las más complejas de entre todas las
relaciones a cuya contemplación nos está dado
acceder, por otra parte, de ellas no podemos dejar de tener amplia,
variada y obviamente disímil experiencia;
su formidable diversidad es infinita (hay tantas cuanto el número de circunstanciales pares de
individuos humanos en un momento dado y en la sucesión de los días); las
relaciones humanas no solo son infinitas en número sino que, además, las formas
que adoptan esas relaciones son
ilimitadas como, por poco que se medite, no podría ser de otra manera, y
por todo eso su comprensión o entendimiento sólo es posible a partir del
ejercicio práctico pues su diversidad e infinitud no se dejaría reducir a
esquemas, ni atrapar en redes, porque superan todo límite, transforman toda
regla, estiran toda norma, rebasan y dejan atrás las estrecheces de la
imaginación, son ajenas a las pretensiones de predicción o esperanzadas
expectativas, de modo que no hay ni
puede haber una sola manera de entender las relaciones humanas, comprenderlas y
explicarlas. Por ello mismo su entendimiento solo será posible siempre que
estén abiertas a la imaginación, al intelecto y a la sensibilidad las
posibilidades y opciones que permiten acercarse a su comprensión desde las más diversos o distintos puntos de
vista y perspectivas (que dicho sea, son tantas como hombres hay) lo cual
seguramente no solamente es necesario sino también inevitable, y si tal fuere
el caso, es prudente entonces pensar que ninguno de los puntos de vista o
perspectivas cualquiera sea, será totalmente adecuado, suficiente, satisfactorio,
definitivo, ni siquiera tal vez acertado porque negada está la posibilidad de
la repetición o de la regularidad en esas relaciones; la experiencia individual o colectiva
acumuladas marchitan tan pronto como las comunidades humanas tardan en transformarse,
y ello ocurre sin pausa porque pronto las peripecias de la vida arrastran a los hombres por derroteros
olvidados y finalmente abandonados, perdidos en la memoria que el lenguaje
fugazmente y en vano intenta retener, persiste algo en los usos y costumbres
que conservando la forma pronto encuentran y se llena de otros contenidos,
sorprendentes, ajenos, contradictorios…
¿cómo podría ser de otra manera?, ¿cómo pensar que los que vienen
pletóricos de vida serán como los que agotados se van?, ¿Cuáles razones habrían
para suponer adecuada, necesaria, conveniente o posible la repetición de lo
vivido, sentido, imaginado, pensado en
este lugar y en éste tiempo? ¿En que se sustentaría el ejercicio de pregonar la
definitiva estabilidad de lo que se sabe efímero?. ¿Cómo asegurar la eterna
certeza de la creencia actual, la inconmovible verdad de lo comprendido ahora,
el permanente brillo de lo momentáneamente imaginado, la corrección de lo
pensado, entendido y explicado, la
ejemplar bondad de lo vivido, la inmarcesible belleza de lo contemplado?, ¿Cómo
asegurar en fin que el breve camino transitado es el de la meta por todos
perseguida desde siempre?
Tal vez
como el jinete de Kafka en la partida, montados a caballo del día a día
aguzando los sentidos haya que decir con acongojada modestia ... “a lo lejos oí el sonido de una trompeta,
pregunté lo que aquello significaba…él no sabía nada, no había oído nada; en el
portón me detuvo para preguntarme: ¿hacia dónde cabalga el señor?. No lo sé,
respondí yo, solamente quiero irme de aquí, salir de aquí, siempre partir, solo
así puedo alcanzar mi meta… ¿Conoce, pues, cual es su meta? Inquirió. –Lo he
dicho ya, contesté: ¡salir de aquí!, esa es mi meta”
Y
es que la creación humana, -la elaboración de la obra individual o la edificación
de la construcción colectiva- tal vez sea comprensible como respuesta a la urgencia
de emprender, empezar, seguir en alguna dirección en pos de lo imaginado aplicando
todo esfuerzo, desarrollando toda virtud con la sola certeza de que lo que buscamos
está allí y no puede dejar de estar reflejado de alguna manera en la obra, en el resultado alcanzado no importa cuán efímero
o transitorio sea.
Lima, agosto 2015
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