César Edmundo Manrique Zegarra
“El concepto teológico... deriva la moralidad de una voluntad divina perfectísima… no podemos intuir la perfección divina y solo podemos deducirla de nuestros conceptos, entre los cuales es el principal el de la moralidad… sino hacemos eso… no nos queda más concepto de la voluntad divina que el que se deriva de las propiedades de la ambición y el afán de dominio unidad a las terribles representaciones de la fuerza y la venganza, que habrían de formar el fundamento de un sistema de las costumbres radicalmente opuesto a la moralidad…”
Kant. Fundamentación de la Metafísica de las Costumbres.
I.
¿Cómo es que los herederos de la filosofía y la
jurisprudencia, y creadores de la
ciencia, la tecnología y el derecho e indiscutidos artífices del mundo moderno
pletórico de beneficios y bondades de pronto se ven y los vemos incomprensiblemente arrastrados por la violencia destructiva y el ánimo homicida?. Me pregunto: ¿Es
acaso explosiva la conjunción del racionalismo griego, el monoteísmo judaico,
la jurisprudencia romana y al amor cristiano, que conjuga en si misma la
cultura occidental?, ¿No es cierto que la violencia destructiva y el ánimo
homicida niegan todos y cada uno de los postulados, creencias, propósitos y
finalidades que constituyen la base y fundamento sobre la cual se levanta la
construcción del mundo edificada por ellos mismos?.
¿Qué es lo que ocurre con Occidente? La lectura de los textos de Max Weber, tal vez den alguna luz y sirvan para entenderlo. Max Weber en su famoso prólogo a la “Ética protestante y el espíritu del capitalismo”[1] formula con claridad las interrogantes a cuya respuesta acudirá en el desarrollo de sus tesis sobre la civilización Occidental: ¿qué serie de circunstancias han determinado que sea solo en Occidente donde hayan surgido ciertos sorprendentes hechos culturales (esa es por lo menos, la impresión que nos producen con frecuencia), los cuales parecen señalar un rumbo evolutivo de validez y alcance universal?. Weber plantea estas interrogantes cargadas de resonancias míticas y escatológicas como desde siempre lo hace cualquier hombre ubicado en el tiempo y circunstancias que le toca vivir, -no importa cuál sea ese lugar y tiempo-, y no puede dejar de sentir que esas circunstancias que lo envuelven son únicas, sorprendentes y encaminadas en un rumbo de validez y alcance universal. Weber por cierto no es cualquier hombre.
Entre los hechos culturales sorprendentes propios de la civilización occidental, encuentra que: “Es únicamente en los países occidentales donde existe la “ciencia”, en aquella etapa de su desarrollo aceptada como “valida”…, la geometría racional… Fuera de Occidente no hay ciencia jurídica racional… Solo en occidente ha existido la música armónica racional… Solo a Occidente le es dado ser la cuna de la literatura impresa… El cultivo sistematizado y racional de las especialidades científicas… el especialista solo occidente lo ha forjado… el funcionario especializado, piedra angular del Estado… Solo occidente ha establecido parlamentos con representantes del pueblo, elegidos con periodicidad… El Occidente es también, el único que ha conocido el “Estado” como organización política en base a una Constitución… Todo esto, fuera de Occidente, se ha conocido de modo rudimentario, carente siempre de este fundamental acoplamiento que le son peculiares…el mundo no ha conocido fuera de Occidente una organización racional del trabajo… tan solo el Occidente ha brindado a la vida económica un Derecho y una administración dotándola de exactitud clásica técnico-jurídica… ni la evolución científica, ni la artística, ni la estatal, ni la económica condujeron por esas vías de racionalización que resultaron propias de Occidente… Si solo en Occidente… hallamos determinados tipos de racionalización, es de suponer que el fundamento está, por su parte, en específicas cualidades de la herencia… habrá que esperar resultados satisfactorios”
“Permítasenos añadir –anota Weber, casi al final del prólogo-que quien desee “sermones”, vaya a los conventículos. No es nuestra intención dedicar una palabra siquiera a discutir la relación de valor que pueda existir entre las distintas culturas… el hombre que se ocupe de tales problemas… que guarde para sí sus pequeños juicios, sus propias observaciones, como suele hacer al contemplar el mar o las montañas, si es que no se considera con dotes de artista o de profeta.”
Weber escribía esto a principios del Siglo XX. Tal vez, digo, en la ética protestante y el espíritu del capitalismo se pueda encontrar respuesta a las interrogantes que nos inquietan ahora a principios del siglo XXI, cien años después. Inquietan no las vías que condujeron a la racionalización que con rigor metodológico analiza, sino las que conducen a la irracionalidad, porque cabe la sospecha de que tal vez sean las mismas.
[1]Max Weber. La ética protestante y el espíritu del capitalismo. Digitalización Andrés Pereira 2004. Premia Editora 1991. Mexico DF., pag. 2-10
¿Qué es lo que ocurre con Occidente? La lectura de los textos de Max Weber, tal vez den alguna luz y sirvan para entenderlo. Max Weber en su famoso prólogo a la “Ética protestante y el espíritu del capitalismo”[1] formula con claridad las interrogantes a cuya respuesta acudirá en el desarrollo de sus tesis sobre la civilización Occidental: ¿qué serie de circunstancias han determinado que sea solo en Occidente donde hayan surgido ciertos sorprendentes hechos culturales (esa es por lo menos, la impresión que nos producen con frecuencia), los cuales parecen señalar un rumbo evolutivo de validez y alcance universal?. Weber plantea estas interrogantes cargadas de resonancias míticas y escatológicas como desde siempre lo hace cualquier hombre ubicado en el tiempo y circunstancias que le toca vivir, -no importa cuál sea ese lugar y tiempo-, y no puede dejar de sentir que esas circunstancias que lo envuelven son únicas, sorprendentes y encaminadas en un rumbo de validez y alcance universal. Weber por cierto no es cualquier hombre.
Entre los hechos culturales sorprendentes propios de la civilización occidental, encuentra que: “Es únicamente en los países occidentales donde existe la “ciencia”, en aquella etapa de su desarrollo aceptada como “valida”…, la geometría racional… Fuera de Occidente no hay ciencia jurídica racional… Solo en occidente ha existido la música armónica racional… Solo a Occidente le es dado ser la cuna de la literatura impresa… El cultivo sistematizado y racional de las especialidades científicas… el especialista solo occidente lo ha forjado… el funcionario especializado, piedra angular del Estado… Solo occidente ha establecido parlamentos con representantes del pueblo, elegidos con periodicidad… El Occidente es también, el único que ha conocido el “Estado” como organización política en base a una Constitución… Todo esto, fuera de Occidente, se ha conocido de modo rudimentario, carente siempre de este fundamental acoplamiento que le son peculiares…el mundo no ha conocido fuera de Occidente una organización racional del trabajo… tan solo el Occidente ha brindado a la vida económica un Derecho y una administración dotándola de exactitud clásica técnico-jurídica… ni la evolución científica, ni la artística, ni la estatal, ni la económica condujeron por esas vías de racionalización que resultaron propias de Occidente… Si solo en Occidente… hallamos determinados tipos de racionalización, es de suponer que el fundamento está, por su parte, en específicas cualidades de la herencia… habrá que esperar resultados satisfactorios”
“Permítasenos añadir –anota Weber, casi al final del prólogo-que quien desee “sermones”, vaya a los conventículos. No es nuestra intención dedicar una palabra siquiera a discutir la relación de valor que pueda existir entre las distintas culturas… el hombre que se ocupe de tales problemas… que guarde para sí sus pequeños juicios, sus propias observaciones, como suele hacer al contemplar el mar o las montañas, si es que no se considera con dotes de artista o de profeta.”
Weber escribía esto a principios del Siglo XX. Tal vez, digo, en la ética protestante y el espíritu del capitalismo se pueda encontrar respuesta a las interrogantes que nos inquietan ahora a principios del siglo XXI, cien años después. Inquietan no las vías que condujeron a la racionalización que con rigor metodológico analiza, sino las que conducen a la irracionalidad, porque cabe la sospecha de que tal vez sean las mismas.
[1]Max Weber. La ética protestante y el espíritu del capitalismo. Digitalización Andrés Pereira 2004. Premia Editora 1991. Mexico DF., pag. 2-10
¿Cómo explicar la efebofobia, -el irracional temor a los jóvenes-, que dominó a los europeos durante los últimos años del siglo XIX y la primera mitad del Siglo XX; la donación de los hijos en las aras del patriotismo, la exaltación del heroísmo y elevando a virtud el homicidio colectivo?, ¿Practicaban todos ellos al unísono el ritual de Abraham sin Dios que detenga el puñal filicida?.¿Contagiadas del ánimo espartano, pletóricas de amor a la patria, las madres despedían a los hijos instándolos a regresar con el escudo si victoriosos o sobre el escudo si vencidos?, ¿Estaba tal vez en mente el pronto ingreso al paraíso terrenal, natural destino de jóvenes inocentes e idealistas, libres de pecado, liberados al fin de un largo tránsito por este valle de lágrimas?.
Creo que los europeos aún no han tomado conciencia de la
atrocidad en que incurrieron al enviar a sus hijos al absurdo holocausto de las
dos guerras mundiales y ese es indudablemente un ejercicio intelectual
necesario para identificar las creencias, conceptos y proyectos que los indujeron
individual o colectivamente a tomar esa decisión. El reconocimiento de ese
hecho y su explicación es un paso previo indispensablepara el siguiente que
consiste en el reconocimiento de la culpa. A partir de allí podrán mostrar su
arrepentimiento; podrán asumir la responsabilidad que les cabe por esas
decisiones, reparar el mal que se hicieron a si mismos y hacer todo lo que se
necesario para que tales hechos no se vuelvan a repetir en ningún lugar;
rectificar el rumbo en un mundo que sin discusión dominan.Sin embargo no ha
ocurrido así. Insisten en asegurar- como Tucídides- que las causas de la guerra
(el homicidio colectivo), son naturales (la naturaleza humana), políticas (el
instinto de poder), económicas (las necesidades de subsistencia), sociales (la
superpoblación). Se persiste en el elogio de la conducta homicida que se la moteja
de heroica, se rinde culto al patriotismo; a la fe en la verdad única
proclamada por la ciencia;se reclama la unicidad de los valores, encarnados en
el derecho político, en una forma de la democracia, se piensa en la
universalidad de los derechos individuales, políticos, sociales, humanos y
eternos e inconmovibles de la civilización occidental en cuyas aras habrán de
encenderse aún muchas hogueras.
Los europeos sin afrontar las causas de la efebofobia –que es
solamente una efecto- aparentemente habrían resuelto el problema interno con el
control de la natalidad, -los padres no temen a los hijos porque no los tienen-
trasladando el terror y por consiguiente el ánimo destructivo hacia todo lo que
parece nuevo, distinto o incomprensible, tal vez porque todo cambio enerva el
ánimo de los adelantados de la civilización que corona el último eslabón en la
evolución de la especie humana o al rey de la creación por la gracia de Dios,
gratuitamente proclamado así tanto por evolucionistas como por creacionistas
que ajenos por igual recusan la elemental pertenencia a la madre tierra, a la
Pachamama, a la que en vano Holderlin elevo su canto… “Y abiertamente entregue mi corazón a la tierra grave y generosa y
frecuentemente en la noche sagrada juré amarla fielmente… así me até a ella con
un lazo mortal”en esos poemas que los soldados de la primera guerra mundial
llevaban en sus mochilas.
Temo que la lógica subsiguiente a esas radicales
creencias, señale que para preservar“la civilización”, la única que merece
conservarse, habría que destruir todo aquello que la cuestione o niegue o sea
distinto de ella misma; que se piense que todo lo que es ajeno a ella es rezago
o signo de primitivismo y de barbarie. En resguardo de los valores que atesoran filosofía,
ciencia, arte, derecho y tecnología, habría que extirpar toda creencia distinta
a las que ellas afirman, para imponer al fin la razón, verdad, justicia y belleza
únicas, sustento del bienestar universal en la unísona humanidad del futuro.II.
Se sabe con certeza que es posible y más o menos fácil la eliminación de parte de la humanidad, la destrucción, parcial o total del mundo, tal vez la desaparición de la vida en la tierra; no la destrucción de la tierra porque a despecho de lo que hagan los hombres, seguirá su curso. Basta recordar al ex presidente norteamericano G.W. Bush anunciando la destrucción de Irak y poniendo de inmediato en obra su designio, o ver al actual, B. Obama, paseando por el mundo con un maletín nuclear de mano con poder suficiente para incendiar el planeta. Se podría recordar las dos guerras “mundiales” del siglo XX o encender la televisión para tomar nota de las actuales. Pero a despecho de su más o menos continuidad, abundancia y multiplicidad de preparativos, todoello carece de novedad, imaginación o sentido creativo porque los conflictos actuales y aquellos otros en que se enfrascaron los europeos durante el Siglo XX, mutatis mutandis, no escapan de los moldes, razonamientos, justificaciones o explicaciones del enfrentamiento historiado por Tucidides en la “Guerra del Peleponeso” librada entre atenienses y peloponesios, quien haciendo un brillante ejercicio racional da cuenta de las causas reales, económicas, políticas e ideológicas del conflicto y de los pretextos utilizados para justificar la lucha entre tribus esclavistas y el homicidio colectivo, so pretexto de la prevalencia de la democracia o la aristocracia, el respeto a las creencias religiosas o a los pactos, tradiciones y costumbres, dioses, patria y heroísmo incluidos, que torpemente (seguramente también filosóficamente) repiten los europeos sin otro cambio que el de la mayor peligrosidad de las armas que ahora utilizan, gracias al desarrollo de la ciencia en la era de la modernidad, de la post modernidad o de la globalización de la violencia homicida que desde hace más de quinientos años despliegan para dañarse a sí mismo y al resto de la humanidad. “La guerra de 1914 me encontró explicando a Tucídides a los estudiantes –anota Toynbee- La experiencia por la que estábamos pasando en nuestro mundo actual ya había sido vivida por Tucidides en el suyo…El y la generación a que pertenecía habían estado antes que yo, entes que mi propia generación, en el estadio de la experiencia histórica, al que, respectivamente habíamos arribado… convertía absurda la anotación cronológica que califica a mi mundo como “moderno” y como “antiguo” al suyo… eran filosóficamente contemporáneos”[1]. Lo cual es cierto porque desde allí hasta ahora en nada ha cambiado para esas personas (para occidente) la percepción del orden que rige el desenvolvimiento de las relaciones humanas. Tiene apodíctica vigencia las tribales previsiones de Tucídides para “…cuantos quieran tener un conocimiento exacto de los hechos del pasado y de los que en el futuro serán iguales o semejantes, de acuerdo con las leyes de la naturaleza humana…considerarán útil mi obra”(Tucídides, pag. 58).
[1]J. A. Toynbee. “La civilización puesta a prueba”, en Tucídides. Historia de la Guerra del
Peloponeso. Introducción General, traducción y notas de Juan José Torres Esbarranch,
Gredos. Barcelona 2006, pag IX-X.
Sacrificios humanos se han practicado en todas las épocas y
civilizaciones con la participación ritual de las comunidades y colectividades
en ceremonias solemnes destinadas a librar al mundo de la corrupción, la
enfermedad, o el caos, y purificarlo simbólicamente de los elementos que lo
corroen, limpiándolo para conformarlo al orden que hace inteligibles los
designios de la divinidad. Tal vez es la respuesta de la debilidad humana ante
lo ignoto. El terror instintivo a lo desconocido.
En el mundo globalizado, globalizado por los globalizadores, los
sacrificios humanos se preparan también a escala global, y de las
preparaciones, ritos y ceremonias todos somos testigos, algunos participan con
entusiasmo. Lo permite así la tecnología de las comunicaciones. Cabe formular
algunas interrogantes: ¿Cuál es la divinidad ante la que se rinden las grandes
hecatombes de la modernidad o de lo que fofamente ha venido en denominarse post
modernidad?, ¿La justicia, la verdad, los derechos humanos, la democracia, el
desarrollo, el progreso, la civilización?, ¿Es necesario tal vez purificar al
mundo de la arbitrariedad, de la falsedad, del abuso, de la autocracia, del
subdesarrollo, del atraso, del primitivismo?, ¿Cuál es el botín que persiguen
los estrategas del post moderno esclavismo?
V
La Iglesia católica estableció tribunales inquisitoriales a fin de regular la caza de brujas practicada en la época pre moderna, asumiendo un monopolio que al establecer normas y procedimientos ceremoniales, morigeró la desordenada proliferación de los ritos purificadores. La Organización de Naciones Unidas, constituida después de las dos grandes hecatombes europeas del Siglo XX, con menos fuerza que la Iglesia en su tiempo, reclama para sí el monopolio de la organización de estas grandes hecatombes que actualmente son preparadas más o menos desordenadamente por las grandes potencias: los tratados internacionales sobre el derecho de guerra y los tratados humanitarios, serían un avance en ese sentido, pues el propósito declarado es morigerar y regular uniformemente estas celebraciones o ritos.
La Iglesia católica estableció tribunales inquisitoriales a fin de regular la caza de brujas practicada en la época pre moderna, asumiendo un monopolio que al establecer normas y procedimientos ceremoniales, morigeró la desordenada proliferación de los ritos purificadores. La Organización de Naciones Unidas, constituida después de las dos grandes hecatombes europeas del Siglo XX, con menos fuerza que la Iglesia en su tiempo, reclama para sí el monopolio de la organización de estas grandes hecatombes que actualmente son preparadas más o menos desordenadamente por las grandes potencias: los tratados internacionales sobre el derecho de guerra y los tratados humanitarios, serían un avance en ese sentido, pues el propósito declarado es morigerar y regular uniformemente estas celebraciones o ritos.
VI
Es un tema que con urgencia requiere cuidadoso estudio e investigación que nos conduzca al entendimiento de los supuestos, creencias, conceptos que alientan y fortalecen conductas agresivas en los individuos u obran como elementos potenciales o desencadenantes de los impulsos colectivos a la destrucción. Es un estudio que debe realizarse seria y responsablemente y al cual deberíamos aplicarnos sin demora a fin de encontrar pronto un remedio. No podemos eludir esa responsabilidad quienes vivimos en países cuya cultura se alimenta diversas vertientes y por eso mismo hace lugar a contemplar las cosas desde diversas perspectivas.
Estoy persuadido que es además un asunto cuyo estudio o
investigación que no está al alcance de los europeos entre los cuales incluyo a
los norteamericanos y a quienes ajustan sus creencias y pensamientos a los
criterios de lo que se ha venido a denominar la modernidad. Hasta donde he
logrado investigar –hecha la excepción con Tolstoi- los europeos uniformemente
sostienen la creencia -implícita en las reflexiones o explícita en los planes y
proyectos colectivos-, que es propio de la naturaleza humana el estado de
guerra permanente y natural también el desencadenamiento de la furia colectiva
que empuja a los hombres a la
destrucción de lo propio y de lo ajeno; y en ese entendimiento, por
consiguiente, es razonable aplicarse al perfeccionamiento de los medios y
procedimientos más eficaces para la destrucción de lo construido y la
aniquilación de la vida, proceder luego
a la fabricación de terribles artefactos con ese objetivo, siendo ese en
fin el propósito de la ciencia o arte de la guerra; que no es otra cosa que la
sujeción de la inteligencia al servicio de la pasión homicida; su premeditada
aplicación para la minuciosa construcción de artefactos de destrucción cada día
más letales, tan letales como para acabar rápidamente con la vida en el
planeta.
VII.
VII.
Hobbes, por ejemplo sostiene que "La naturaleza ha hecho iguales a los
hombres en las facultades del cuerpo y del espíritu... (p.133), de
modo tal que "la... igualdad de
esperanzas....de deseos de los mismo bienes... escasos... genera enemistad
y en esa situación cada hombre es “un agresor no teme otra cosa que el poder del
otro... la desconfianza entonces conduce
a la guerra" (p. 134); “en
semejante guerra nada es injusto... las nociones de derecho y legalidad,
justicia e injusticia están fuera de lugar… donde no hay poder común, la ley no
existe: donde no hay ley, no hay justicia... " (p. 138); "fuera del Estado Civil siempre
hay guerra de uno contra todos.... (p 136), rige la ley natural, según la
cual la libertad del hombre consiste en “usar
su propio poder como quiera, para la
conservación de su propia naturaleza, es decir de su propia vida..”.( p,
139). "La libertad
es.... la ausencia de impedimentos... poder hacer lo que quiere...” La
primera ley o "... precepto o regla
general de la razón... cada hombre debe esforzarse por la paz, mientras tiene
la esperanza de lograrla; y cuando no puede obtenerla debe buscar y utilizar
todas las ayudas y ventajas en la guerra..."(p, 140). "segunda ley: que uno acceda, si los
demás consienten también, y mientras se considere necesario para la paz y
defensa de si mismo, a renunciar a este derecho a todas las cosas y a satisfacerse
con la misma libertad, frente a los demás hombres... que les sea concedida a
los demás con respecto a el mismo." (p, 140); "renunciar a un derecho a ciertas cosas es despojarse a si mismo
de la libertad de impedir a otro... o abandonar el derecho...” "la mutua
transferencia de derechos es lo que los hombres llaman contrato..." (p.142). "tercera ley... que los hombres
cumplan los pactos que han celebrado" (p, 153)."la definición de injusticia no es otra sino esta: el
incumplimiento de un pacto. En consecuencia lo que no es injusto, es
justo" (p.153)."justicia,
equidad, modestia, piedad y en suma la de haz a otros lo que quieras que los
otros hagan por ti, son por si mismas, cuando no existe temor a un determinado
poder que mantiene su observancia, contrarias a nuestras pasiones naturales,
las cuales nos inducen a la parcialidad, el orgullo, la venganza y otras cosas
semejantes. Los pactos que no descansan en la espada no son más que palabras
sin fuerza..." (p 175); El" Estado ha sido constituido cuando una
multitud de hombres convienen y pactan... que a un cierto hombre o asamblea de
hombres, se les otorgará por mayoría, el derecho a representar a las persona de
todos..."(p, 181).El Estado es, "aquel
gran leviatán, o más bien... aquel dios mortal, al cual debemos, bajo el Dios
inmortal, nuestra paz y mutua defensa..." (p,179)
“El estado de paz entre
los hombres que viven juntos no es un estado de naturaleza (status naturalis), que es más bien un estado de guerra, es decir,
un estado en el que, si bien las hostilidades no se han declarado, si existe
una constante amenaza. El estado de paz debe, por tanto, ser instaurado”
(Kant. Sobre la Paz Perpetua, pag51).
No es distinto el razonamiento de los
más connotados representantes de la filosofía jurídica de la modernidad durante
el Siglo XX, ni se alejan de esas creencias implícitas los debates y
reflexiones respecto a la justicia.
Emulando a Kant, emulando tal vez lo
único deleznable de la filosofía de Kant, el norteamericano Rawls, por ejemplo,
en un libro denominado “Derecho de Gentes”, escrito con el propósito de
fundamentar “una política particular de
la equidad y la justicia”, con espeluznante minuciosidad y con inteligencia,
pero con inteligencia limitada y enferma, propone una serie de clasificaciones
de los pueblos que habitan tierra, y los supuesto, reglas y procedimientos a
los cuales tendría que ajustarse los actos de los gobiernos de los pueblos
liberales o decentes, destinados a la
eliminación total o parcial, de las “sociedades lastradas”. Se pregunta Ralws: “¿Hasta dónde los pueblos liberales o
decentes tienen obligación de ayudar a estas sociedades lastradas de tal manera
que consigan establecer sus propias instituciones decentes o razonablemente
justas?.
VIII.
Y no es que el mundo tenga que conservarse tal cual es eternamente. No es así porque el mundo no puede dejar de renovarse permanentemente y transformarse en otro distinto al anterior. La destrucción catastrófica del mundo se ha dado muchas veces por causas naturales, y ha ocurrido, por otra parte, cada vez que se ha derrumbado alguna civilización, como, por ejemplo al producirse la invasión europea a América; y sin catástrofe, probablemente el mundo se destruye y renueva continuamente de manera más o menos ordenada; con seguridad el mundo acaba cuando muere un hombre…acaba definitivamente para ese hombre.
El recuento de la destrucción premeditada del mundo o de
alguna de sus partes es inútil porque de esa historia –repetitiva y estéril-
ninguna conclusión puede sacarse distinta aquella que indica que es
consecuencia de la estupidez, y como la estolidez es la negación de la razón
entonces no es posible encontrar ninguna que la explique, ni necesario conocer
sus mecanismo, medios o instrumentos. Solo está a nuestro alcance la
posibilidad de examinar las creencias, imaginaciones, supuestos y motivaciones
individuales y colectivas que la impulsan a fin de superarlos, y alejarse de
ellostanto como sea posible. ¿Cómo hacerlo?. Hay que hacerlo.
“… la vida y no la
muerte, es la última palabra de la historia”, anota
Gutiérrez en su Teología de la Liberación (G. Gutierrez, p. 44) y hace luego
una muy justa ycristiana admonición: “Solo
los que defienden la vida tienen las manos llenas de historia, los que siembran
la muerte se irán con las manos vacías”(p, 56); se irán al infierno
obviamente,lo cual estaría bien si consuelo fuere o si en el fuego y en el
hielo estuviere la sanación de la estupidez. Lo cierto, en todo caso, es que el relato de la destrucción del mundo
no es otra cosa que el relato de la anti-historia; no es recuento de lo hecho y construido
gracias al esfuerzo de hombres y colectividades, -que de lo único que cabe
tomar nota, para replicarlo al menos- sino de lo deshecho con desgraciada
torpeza: es la historia de lo deleznable que desde hace tanto tiempo, tanto se
practica.
La muerte,
acabamiento o destrucción del mundo, no son consecuencia de ejercicio racional
alguno; sino que corresponden más bien a la sucesión de causas y consecuencias
del orden natural, y en el caso de su destrucción, al desorden de la voluntad y
al desvarío de la razón.
No hay pugna entre
civilización y barbarie, sino solamente entre barbarie y barbarie.
IX
IX
Espero el domingo
para leer la columna de Vargas Llosa en el diario “La República” y sorprenderme
por la fluidez de la prosa y claridad del lenguaje; el sencillo discurrir de
las palabras desenvuelven sin sobresaltos y dejan seguir el hilo de ideas y conceptos
que cobran fuerza y vitalidad por emotivas alusiones que hacen de cada artículo
un texto completo que cierra con la última frase el ámbito abierto por la
primera.
En Julio de 1999
Vargas Llosa nos entregó en su columna Piedra de Toque de la revista Caretas un
artículo pletórico de alusiones y áspera critica, “Los Pies de
Fataumata” que tantas veces he leído. Ahora, el nobel, con similar
convicción y maestría, pero con ánimo diverso, hace entrega a sus lectores de
otro artículo, también pletórico y complejo, pero distinto, contrario, opuesto: “Las Guerras del
fin del mundo”. (Vargas Llosa. La República 07 set 2014). Allí anota:
Hoy, “La historia está más viva que nunca, contradicciones y rechazos violentos a la cultura democrática son signo de la época y ganan terreno por doquier”
Hoy, “La historia está más viva que nunca, contradicciones y rechazos violentos a la cultura democrática son signo de la época y ganan terreno por doquier”
“Rusia… resucita
como una potencia despótica que desafía a occidente con éxito”
“La primavera
árabe… está muerta y enterrada… en Egipto unas elecciones libres subieron al
poder a los Hermanos Musulmanes que comenzaron a instalar una teocracia excluyente
y agresiva y ha sido echados por una dictadura vesánica…En Libia la dictadura
paranoica de Gadafi se hizo trizas… el país vive en una anarquía sangrienta…
que, sin duda terminarán prevaleciendo los fundamentalistas islámicos… El caso
más trágico es, sin duda el de Irak. La intervención militar destruyó la
dictadura sanguinaria de Sadam Hussein … un movimiento aún más cruel y
fanatizado… el Estado Islámico se ha apoderado del parte del país al igual que
en Siria… Estados Unidos y la Unión Europea consideran bombardear a los
enemigos del tirano ya que éste, aunque asesino y genocida resulta un mal menor
comparado al Califato…No menos trágica es la situación de Afganistan, no es
improbable que el régimen… que instaló una dictadura oscurantista medieval,
vuelva al poder más pronto que tarde.”, “¿Qué concluir de
esta deprimente visión panorámica de la eterna pugna entre civilización y
barbarie?
J. A. Toynbee. “La civilización puesta a prueba”, en Tucídides. Historia de la Guerra del Peloponeso. Introducción General, traducción y notas de Juan José Torres Esbarranch, Gredos. Barcelona 2006, pag IX-X.
[ii] Hobbes. “Leviatan o la materia, forma y poder de una república eclesiástica”. SARPE 1984, Madrid.
[iii] Kant. Sobre la Paz perpetua.
[iv] Rawls, J. “Derecho de Gentes”
[v] Gutierrez, Gusrtavo. Teología de la Liberación
No hay comentarios:
Publicar un comentario